Falta un año para que se lleven a cabo las elecciones intermedias y el ambiente huele a peligro. En la gran batalla electoral del 2021 se elegirán 15 gobernadores y se renovarán tanto la Cámara de Diputados como alcaldías, ayuntamientos y diputados locales de 30 entidades.
Con semejante pastel, no es de extrañar que, si bien politizar es el deporte nacional de los políticos, a partir de estos momentos veremos más casos como lo sucedido en Jalisco.
El abuso por parte de policías del municipio de Ixtlahuacán de Los Membrillos sirvió como marco perfecto para que funcionarios del gobierno federal y morenistas se desgarrarán las vestiduras y se subieran al linchamiento del gobernador Enrique Alfaro, quien, por su parte, aprovechó la oportunidad para señalar que existe una campaña sucia desde la Ciudad de México en su contra. La victimización es lo que los manuales recomiendan hacer ante ataques sincronizados.
Situaciones como ésta polarizan aún más la sociedad, invisibilizan a las víctimas y sacrifican a la verdad. Sin embargo, eso es lo de menos. Los políticos saben que las crisis pueden catapultar la popularidad de un gobernante o llevarlo a los sótanos de la vergüenza. A nivel internacional hay muchos casos que lo prueban.
Los atentados del 11 de septiembre de 2001 colocaron a George Bush en los cuernos de la luna de una popularidad que no tenía. Irónicamente fue otra crisis, esta vez en 2004 con el paso del huracán Katrina la que lo volvió a colocar en el suelo. También en 2004, en España, la gente no le perdonó al gobierno las mentiras y el ocultamiento de información de los atentados del 11 de marzo y le dio un inesperado triunfo al PSOE, partido de oposición.
¿Cómo olvidar al presidente francés François Hollande? La rápida reacción que tuvo al atentado al semanario Charlie Hebdo y la solidaridad internacional provocó que subiera, en un par de días, 21 puntos de aprobación. Esto lo salvó de pasar a la historia como el peor presidente francés del que se tuviera memoria.
México también tiene sus ejemplos. El caso de los 43 desaparecidos de Ayotzinapa fue un lastre para Enrique Peña Nieto y el inicio del fin de su gobierno y popularidad por el mal manejo del tema. Después de la crisis del AH1N1, en 2009, el PAN pasó de tener 206 diputados a 143.
Entonces, ¿qué va a pasar con el presidente Andrés Manuel López Obrador y su partido Morena en 2021? En estos momentos no puede haber certeza, pero sí elementos que deberían preocuparle mucho al mandatario. De entrada, la crisis del covid-19 lo ha rebasado a él y a su gabinete. Las respuestas de la gente fluctúan entre aprobación y dudas sobre si el gobierno federal ha hecho un buen trabajo. El número de muertos, las contradicciones en las cifras, las dobles señales no le están ayudando.
Además, el Ejecutivo ha bajado 20 puntos de popularidad en un año. Aunque tiene una aprobación decente que ronda el 60%, definitivamente ya no está de luna de miel con la población. Incluso, hay algunos sectores, como mujeres o empresarios, donde ya hay un franco divorcio.
Para acabarla, su partido Morena ha demostrado que es tan impresentable como todos los demás. En las encuestas de preferencias electorales hay un claro un deterioro en las simpatías hacia los morenistas y si hasta a los de casa mordieron para elegir a su presidente, habrá que ver de lo que serán capaces a la hora de elegir candidatos.
Lo que sí está claramente a favor del proyecto de López Obrador es que los partidos de oposición están completamente desdibujados y tampoco se han sabido presentar como una verdadera y real alternativa. Con este panorama comenzaron Los juegos del hambre rumbo al 2021.
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